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jueves, 12 de diciembre de 2013

EL JARDÍN DEL DECAMERÓN


Siguiendo una línea de este blog que es la de recoger textos antiguos que ilustran como eran  o como veían los contemporáneos sus  jardines ideales, adjunto la descripción que hace Boccaccio  en la Jornada Tercera del Decamerón obra  de 1349-51 que recoge  una serie de relatos  que cuentan  un grupo de jóvenes florentinos que huyendo de la peste que asola Florencia se recluyen en un palacio en el campo.
Haciendo esta entrada en el blog cumplo dos objetivos: el primero es el de mostrar como eran los jardines “trecentescos”  toscanos  y en segundo lugar  celebrar el setecientos aniversario del nacimiento de Boccaccio, nacido en Florencia en 1313.

 

Y después, deseosos de descansar, fueron a una galería que todo el patio dominaba, y que abundaba en cuantas flores permitía el tiempo, y en otras plantas. Y allí, cuando se sentaron, llegó el discreto mayordomo y los reconfortó con valiosas confituras y excelentes vinos. Tras lo cual hicieron abrir un jardín contiguo al palacio y en él, que estaba todo murado, penetraron y les pareció al hacerlo que era de maravillosa belleza, y atentamente comenzaron a visitarlo con detenimiento. Tenía alrededor y por el centro muchos senderos amplios como carreteras y cubiertos de pérgolas y parras que parecían prometer para aquel año gran cosecha de uvas. Y todo estaba tan florido y tanto olor en el jardín se mezclaba,  que parecíales hallarse entre toda la especiería nacida en Oriente. Rodeaban los senderos, cerrándolos casi, rosales blancos y encarnados, y jazmines, con lo que, y no para la mañana (que ya el sol estaba alto), podía caminarse por doquier bajo fragante y deleitosa sombra, sin que el sol enojase.
Largo sería de contar cuántas y cuáles y en qué forma ordenadas estaban y eran las plantas de aquel lugar, pero no faltaba ninguna de las beneficiosas que nuestro clima consiente. Y había en el medio (y no era lo menos, sino lo más elogiable de todo) un prado de diminuta hierba, tan verde que casi negreaba, sembrado de mil variedades de pintadas flores y rodeado de verdes y vivos naranjos y cedros, los cuales, cargados de frutos maduros y tempranos y llenos de flor, no solo daban placentera sombra a la vista, sino que regocijaban el olfato. En medio del prado había una fuente de blanquísimo mármol, maravillosamente esculpida. Dentro de ella, no sé si por naturaleza o por artificio de una figura que sobre una columna había en el centro, brotaba tanta agua y a tal altura, para volver a caer, con gratísimo son, en la muy clara fuente, que habría podido mover un molino. Y luego la que sobraba en la taza salía del pradillo por oculta ruta y por canalillos bellos y artificiosamente construidos lo rodeaba. Más tarde, por caucecillos semejantes, discurria por lo más del jardín recogiéndose en una parte donde salía, descendiendo límpida, a la llanura para, al fin,  con gran fuerza y no pequeña utilidad del propietario, hacer girar dos molinos.

…Y, caminando muy contentos y haciéndose con varias ramas de árbol guirnaldas bellísimas, oían cantar hasta veinte especies de pajarillos, cual a porfía;  y en esto repararon en algo muy bello que absorto en lo demás, había hasta entonces escapado a sus ojos. Y era que en aquel jardín había como un centenar de variedades de bellos animales, y de allí salían conejos, y de allá liebres, y aquí descansaban cabritos, y paseaban cervatos, con otras muchas bestias, excepto las nocivas, que, cual si domesticaban estuvieran, solazábanse a su placer.

Boccaccio. El Decameron

Traducción de Juan G. de Luaces

Barcelona, 1972

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